jueves, 22 de noviembre de 2012

Pastillas para dormir.



Caminaba perdidamente por la antigua calle de la amargura. Era una tarde gris, acababa de llover y casi logro caer al dar un mal paso. Vi a través del vaho como se iban por el aire mis suspiros. Izquierda, derecha, izquierda, derecha... me iba acercando hacia una farmacia, cuando de repente, una mujer desarreglada y mal vestida y con un papel en mano, me detuvo. No era muy joven.

-Por favor, señor, necesito que me ayude. Vengo de muy lejos y me piden identificación para darme ésta medicina y no la traigo.

Observé como la gente pasaba como si nada existiese tras sus pasos. Tomé el papel y acepté. Sabía que nadie más iba a ayudarla a obtener sus drogas. ¿Yo quién soy para juzgar? No sabía lo que tenía escrito en la receta. Ella entró nerviosamente detrás de mí. Esto no me da muy buena espina.

-Buenas tardes, ¿En qué lo puedo ayudar?
-Ah, si- le entregué la receta a la farmacóloga.
-¿Si me puede dar una identificación? El Clonazepam solamente se vende medicado.

Saqué mi cartera y le presenté mi credencial. Anotó mis datos en la receta. Pasaron muchas cosas por mi cabeza. ¿Que estoy haciendo? ¿Cómo sé que las usará para su tan obvio insomnio? ¿Y si las venderá a los viciosos y esto me vaya a afectar de alguna forma? Lo hecho, hecho está. La mujer desarreglada mantuvo una cara seria en casi todo el momento y nos mirábamos de reojo, pero en el fondo, ella sabía que tenía su problema casi resuelto. Salimos del local y le entregué su caja sin decir más. Gracias, dijo ella. No le contesté. Seguí caminando para salir de esta maldita calle y llegar a tomar el autobús. Eso me pareció la decadencia del mundo, y creo que contribuí a su expansión. Oh si, pastillas para dormir, para no pensar en la cruel realidad que nos flagela para hacernos caminar sin siquiera dejarnos voltear a verla a los ojos.

[Perry O’Hara]

viernes, 9 de noviembre de 2012

Sombras errantes.



A Rosa María,
que tu espíritu siga entre los vivos

Me encuentro en mi cama vacía, entre la oscuridad de la habitación producida por las cortinas cerradas. No hay nadie en casa, solamente estoy yo, rodeado por un silencio estremecedor y las tétricas y burlonas sombras danzantes de esas horribles y viejas estatuillas deformes de santos en el altar producidas por las veladoras y que se asoman desde la puerta de mi habitación. Me levanté a prepararme una taza de café para reaccionar de mejor manera, para concientizarme de que ya estaba en el mundo real y no en un engañoso sueño. Ya me ha pasado antes, que es tan real aquel soñar, el oler, escuchar y sentir esas escenas, que te hacen creer que estas despierto y activo. Normalmente suelo ser despertado por el griterío y el correr de la gente con la que vivo. Hoy no fue así, seguí dormido hasta el medio día. Ya me hacía falta un poco de tranquilidad, un descanso de todas esas inquietantes personas que perturban mi espacio personal y ponen de nervios todo mi ser.
Ahí estaba yo, sentado en la mesa de la cocina tomando una taza de café y disfrutando del silencio. Entre sorbos me puse a meditar sobre la vida. Ellos creen que soy un apático, un gruñón que no aguanta nada, una persona reservada y encerrada en si misma, pero no es tanto eso, simplemente odio a la gente. Estar rodeado de tantas personas en una pequeña habitación –pues la casa no es muy grande- me desespera como no tienen idea, me ahogo en mi mismo con la necesidad de salir corriendo a respirar el oxigeno que ellos me han robado. Escuchar sus comentarios y sus pláticas tan banales y sin sentido daña a mis oídos. Pero que importa eso ahorita, parece que después de aquella discusión de anoche decidieron dejarme aquí dándome así un día de descanso. ¿A dónde habrán salido? ¿Tardarán en llegar? No lo sé. Lo único que sé es que tengo que aprovechar el momento, pues quizá no se vuelva a repetir en un tiempo.
Sigo sentado en ésta silla con media taza de café en mi estomago. Veía las sombras de esos santos bailar, burlándose de lo que para ellos podría ser una desgracia y lo que para mí es un alivio. Creo que todo esto es cuestión de perspectivas, uno está bien con ciertas situaciones que para otros están mal. Un escalofrió comenzó a perturbarme. Algo me incomodaba en este momento, y no tenía sospecha de lo que podría ser. Comencé a recordar de nuevo esa maldita discusión de anoche. Cenaba tranquilamente en la silla donde estoy precisamente sentado en estos momentos y fue que entró Alberto con una actitud muy seria. Nunca lo había visto así. Era la viva imagen de nuestro padre. Se sentó a un lado de mí y giró la silla para verme de frente.

-Oye, quería hablar contigo sobre tu actitud. Así no llegaras lejos. Evitas a medio mundo por temor a algo y eso me inquieta. ¿Qué es lo que pasa contigo? Recuerdo que antes no eras así.
-Algunas personas cambian, otras no. Y hasta ahora creo que no les he causo problemas.
-Pero es como si no estuvieras aquí, como si fueras un extraño. No convives con nosotros, te la pasas encerrado en tu cuarto y eso me desespera. Te has vuelto muy reservado, no sabemos nada de ti.
-Es mejor no saber ciertas cosas- y le tomé un sorbo a mi jugo de arándano.
-¿Es todo lo que me vas a decir?
-¿Es necesario dar una gran explicación?
-¡Somos tu familia, carajo! No eres un huésped más. Puedes confiar en nosotros y decirnos si algo te perturba.

Silencio. Nadie más dijo nada. Seguí comiendo tranquilamente mientras él me observaba con una mirada desesperada por mi muda contestación. Siempre he sido de pocas palabras, hablo lo necesario y me mantengo callado gran parte del día. Que yo recuerde, siempre he sido así.

-Ya veo que no piensas decir más.
-¿Qué quieres que te diga? Me estas amargando la cena.
-Sí tanto te molesta mi preocupación, me voy ahora mismo.
-Que sensible eres.  
-¡Sí sigues con esa actitud, te quedaras solo en esta vida! ¿Sabes? Me preocupo por ti y me tratas con apatía. No entiendo por qué alejas a las personas de…
-Odio a la gente…
-¡¿Qué?!
-Simplemente odio a la gente. Dicen demasiadas cosas sin sentido, son hipócritas, se alegran de la mediocridad del otro. Solamente calientan los asientos y roban oxigeno. Me desespera encontrarme rodeado entre tanta multitud.

Alberto frunció el ceño y derramó en mi cara el jugo de arándano y dejó la habitación. Tomé una servilleta y me limpie. Era la primera vez que hacía eso. Su cara era igual a la de mi padre cuando se enojaba con nosotros. Me recordó mi infancia, mi horrible infancia. Todavía recuerdo como me hice esa cicatriz en mi mano. Todo por un estúpido juego. Pero que importa eso ahorita, hay silencio y paz en esta maldita casa.
Pasaron un par de horas, yo creo, cuando escuche llegar un automóvil. Era el ruidoso motor de ese viejo y desgastado Datsun de siglo pasado. Enseguida me levanté y me metí a mi cuarto. Ahí estaba yo, sentado sobre el escritorio hojeando unos libros viejos. Se me hizo extraño el no escuchar tanto ruido, pareciera como si algo les haya quitado la energía. Pero que importa, no quiero verles la cara, ni mucho menos a Alberto. Todavía sigo molesto por lo del jugo de arándano. Estuve sentado un buen rato, alumbrado por una lámpara de escritorio. Me había agobiado el estar demasiado tiempo así. Creo que debo salir a fumar un cigarrillo, pero eso significa encontrarme con esas caras con expresión de extrañeza y enojo. Pues tomé fuerzas y salí tranquilamente, como si nada. La sala estaba invadida de gente con rostros cabizbajos. ¿Qué habrá pasado? Me pregunté. Que importa eso, debo salir al patio a despejar mi cabeza con un cigarrillo. Creo que siguen en cierta forma enojados conmigo, nadie ha dicho nada y ni voltearon a verme.
Que deprimente día. Parece que lloverá, pero por como es clima aquí, dudo que caiga una precipitación en este momento. Escucho murmurar a la gente de adentro, pero no me interesa lo que estén diciendo. Observo el humo exhalado de mis pulmones volar sobre mí, desfigurándose y desapareciendo poco a poco. A veces creo que la vida es así, ¿Qué a veces?, lo creo. Somos un suspiro de la vida y así como llegamos, desaparecemos. Ellos tienen una vida más fácil, porque no se preocupan por este tipo de cosas. Escucho unos pasos detrás de mí. Creo que es Alberto. Veo acercarse una figura oscura hacia mí. Esto no me agrada, me incomoda, me pone nervioso, mi corazón late con tanta rapidez.

-¡¿Qué quieres?!… ¿Alberto…?

Nada, silencio y nada más. Me señala con su mano, igual que nuestro padre cuando venia a regañarnos. Me viajé de nuevo hacia el pasado, a nuestra infancia, a una de esas típicas escenas donde él nos gritaba por haber roto algo o porque simplemente le había ido mal en su trabajo. Esa figura se acercaba a mí y no tenía para donde huir. Un fuerte viento comenzó a soplar, levantando todo el polvo y las hojas. De repente todo se puso cada vez más tétrico.

-¡Ya basta! Si querías espantarme, lo estas logrando. ¿Qué quieres ahora, Alberto?

Una muda respuesta. Creo que me esta aplicando el ojo por ojo para que recapacite. Maldita sea, no deja de hacer eso. Camina con tanta lentitud, como si esperara a que me acerque. Parpadee y Alberto ya no se encontraba ahí. Ahora dudo que haya sido él.  Mi corazón late cada vez más rápido al no entender que es lo que pasa. Decidí entrar de nuevo a la casa, pues estaba comenzando a llover y ya no quería estar ahí. Me recibieron las sombras burlonas de los santos y los lloriqueos de la gente. No entiendo todavía lo que pasa.

-¿Está todo bien? ¿Qué sucede? ¿Por qué están todos aquí?

Esas malditas sombras ya me tenían harto. No sé que me desesperaba más, sí las sombras de las estatuillas o la multitud en este pequeño espacio. Nadie me contesta y eso me desespera demasiado. Ya comenzaba a derrumbarme cuando en eso, siento que tocan mi hombro.

-Así no podrás llegar muy lejos. Entiende que esto no es tan sencillo como crees.

Esa rasposa y grave voz se parece a la de mi padre. La diferencia es que sonaba de cierta manera más dulce. No sé si realmente voltear a ver, pero sé que no tengo de otra, que no debo huir. No había nadie detrás. Eso me aterra cada vez más. Escucho el murmullo de la gente. No entiendo lo que dicen. ¡No entiendo nada! Quiero salir corriendo, pero algo me tiene atrapado ahí, estaba paralizado, congelado, sin poder mover ni un músculo. La gente seguía en la sala. Me sentía observado, una mirada de lástima penetraba en mí ser. Un olor a flores e incienso  comenzó a hostigarme. Como pude, camine hacia la sala. Alguien había fallecido, hay un féretro cerrado, coronas de flores sin nombres y veladoras sin gracia.

-¿No te has dado cuenta de lo que sucede, verdad?

De nuevo esa voz. No entiendo nada. Nadie me habla, nadie me quiere explicar lo que sucede.

-No, no entiendo lo que esta pasando. Dime, ¡¿qué demonios sucede?!
-¿Todavía no sabes en donde estas parado?
-¡Ya te dije que no entiendo nada!
-Abre el ataúd, ahí esta tu respuesta.

Me acerqué con miedo, no quería abrirlo, pero mi respuesta estaba ahí. Al momento de empujar la tapa, un frío atroz me invadió. ¡Esa caja infernal contenía mi pálido e hinchado cuerpo!

-Estás en tu funeral, hijo. Vine por ti. 

[Perry O'Hara]