A Brizeida Hernández Martínez
El día se terminaba, la puesta
de sol era de lo más común. El cielo se tornaba color anaranjado con ese común
color purpura desapareciendo hacia lo negro dándole ese chance de brillar a las
estrellas que no se dejan ver durante el día. Ella subía rápidamente las
escaleras hacia su apartamento, soltando una apenas perceptible ráfaga de aire
que levantaba su cabello y su vestido. Algo le apuraba por llegar, eso se veía
en su angustiosa cara. Tras el último escalón del cuarto piso, se encontraba
parada frente a la puerta con la llave en mano, a punto de abrirla. Sabía que
algo iba a pasar, presentía que al abrir la puerta la esperaba algo o alguien
con ansias. La puerta se había atorado, como si una gran fuerza impidiera el
acceso al departamento, como si realmente tuviera vida y le impidiera entrar
por alguna razón. Entonces ella tomo fuerzas y empujo la puerta hasta casi
azotarla. Comenzó a salir un chorro de agua. Todo estaba mojado, húmedo. Las
goteras no dejaban de salir del techo. Pareciera que llovía adentro, un
chubasco sin sentido ni control. Ella entro con una angustia, con desesperación
de ver ese escenario que no tenía razón de ser. El nivel del agua era algo
bajo, apenas y medio centímetro de altura. Camino entre los
chapoteos dirigiéndose hacia su cuarto. Entre sus pies unos peces
grises que parecían ser inofensivos pasaron nadando rápidamente. Ella se
espanto por el sentir de sus escamas sobre su piel, confundiéndolos con alguna
criatura mortal, con algún ser extraño que le carcomiera su carne. El nivel del
agua seguía subiendo, todavía goteaba del techo, un goteo desesperado que salía
de la nada y parecía nunca acabar. El sonido del choque de las gotas contra el
suelo no dejaba escucharla pedir auxilio, ni la dejaban pensar en lo que
pasaba. Un tronido macabro se escucha de repente, como un rompimiento de
paredes. Ella seguía caminando con un gran miedo, pero nada le impidió seguir
caminando y empaparse. Su cabello estaba tan flácido y pegado en sus
mejillas, su vestido blanco con flores rojas y guindas se había pegado
a su piel. De repente paro de gotear, y ella se detiene a mitad de la
sala. Se le ocurre pasar por la cocina, algo le llamaba desde ahí, era como si
una voz en su interior le dijera que tenía que desviarse hacia la cocina. Un
brillo particular salía desde el fondo, colores resaltaban hacia el techo
simulando un espectral espectáculo de las luces del norte. Sus ojos comenzaron
a mostrar un brillo hermoso, una sensación de alegría interna. Una gran sonrisa
se dibujo en su cara, una sonrisa placentera. Su temor se había calmado. La luz
la llamaba por su nombre. Quedo hipnotizada y con ganas de tocarla, con ganas
de nadar al fondo para tocar con su mano todos esos colores que le alegraban.
Al momento de agacharse y tocar las luces, un gran pez que parecía una carpa
gigante de lagos salvajes le tomo por sorpresa mordiéndola. El gran
pez contenía una escamadura colorida, un arcoíris en su
cuerpo, colores que se transformaban en extrañas luces. Ella gritaba del dolor,
pero el pez no la soltaba, la jalaba hacia el fondo. Ella se resistía a ser
atrapada. Entonces el pez comenzó a emerger de las profundidades. Las escamas
coloridas comenzaron a convertirse en plumas con la misma coloración. Su cuerpo
emergente era el de una gran ave, un gallo que extendía sus alas, pero su
cabeza era la de un gran pez con una mordida salvaje. Al momento de levantarse,
alza a la dama y la arroja al aire haciendo que choque contra el techo
solamente para terminar devorada de un solo bocado. El gran pez con cuerpo de gallo
había satisfecho su hambre al fin. Comienza a cantar como un gallo al amanecer.
De repente de entre su canto se escucho un esputo estruendoso. Los ojos de la
criatura comenzaron a secarse, mostrando solamente un gran vacío en su mirada.
Los colores hermosos de su plumaje y escamadura comenzaron a palidecer, matando
todo lo vivo. Una putrefacción ataco a la cabeza e inevitablemente fue
corriendo hacia lo demás. Todo se volvía gris, un líquido grisáceo. La criatura
comenzó a derretirse, dejando poco a poco un rastro encharcado. De entre todo
ese líquido comenzó a salir ella, embarrada de materia gris. Una gran luz sale
de la nada creando un radiante calor que comienza a secarlo todo. El agua
acumulada comienza a evaporarse, los peces grises se volvieron polvo, la
humedad de las paredes comenzó a desaparecer y por las ventanas solamente se
asomaba la luz de la luna. Estaba acostada en el suelo de la cocina en posición
fetal, iluminada por aquella plateada luz. Despertó al poco rato de lo
sucedido. Todo estaba normal, como si nada hubiera sucedido, como si solo se
tratase de un sueño cuyo momento dormido ignoraba. Al final lo que haya
sucedido, nadie le creerá.
[Perry O'Hara]